martes, 15 de mayo de 2012

Cuando se obtiene todo fácilmente, sólo queda el morbo del riesgo


Aun cuando sabemos que todo tiene una ideología subyacente, que todos nos movemos por unos intereses o por una forma de entender el mundo, llega un momento en el que nos hacemos cruces, nos cortocircuitamos viendo como muchas personas de la ideología dominante, que tienen acceso a todo el poder y el dinero del mundo, siguen forzando la situación y tirando de la cuerda. Parece que encontraran en ello un extraño placer sabiendo que corren el riesgo de que la cuerda se rompa y caigan de culo. Saben que caerán sobre un buen colchón, pero aún así caeran. Saben que podrán volver a levantarse con facilidad y que no seran pocas las personas que les darán la mano para que se levanten, pero aún así, habrán caído y eso les dejará en una situación algo peor que aquella de la que partían. Además corren también el riesgo de perder su dignidad y honorabilidad, pero esto es algo que no suele importar cuando estas cualidades te vienen de serie, por tener tal o cual apellido.


La vida para la mayoría es una lucha por la subsistencia, no deja tiempo ni esfuerzos para mucho más, ni ganas de correr demasiados riesgos. Pero para aquellos que tienen más que asegurada la subsistencia, la vida se convierte en un teatro en el que deben escenificar que merecen todo lo que tienen. No olvidemos que el sistema capitalista actual hunde algunas de sus más profundas raíces en la meritocracia y el culto al trabajo del calvinismo, que frente a otras religiones, justifica la acumulación de dinero si este proviene del trabajo, del esfuerzo de uno mismo (¿a que os suena a la filosofía del emprendedor?). 


Antiguamente, los poderosos justificaban su situación mediante explicaciones trascendentales: eran elegidos o hijos de los dioses. Eran poderosos por adscripción a una determinada casta, clase o saga, es decir, por nacimiento; pero en el mundo en el que vivimos, estos casos son puramente anecdóticos y por lo general el poderoso debe justificar su posición mediante el logro, sea éste real o inventado. Por lo tanto, tienen que estar todo el día fingiendo que merecen la abundancia en la que viven mientras el resto se pudre en la miseria, pero con el tiempo, estas personas han encontrado muy buenas estrategias para vender al mundo "sus méritos", justificar su situación y eliminar por completo sus cargos de conciencia.

Así pues, a pesar de no tener ascendencia divina que justifique su situación, ya no tienen que ocultarse o fingir que viven con humildad, sino todo lo contrario. Pueden exhibirse con orgullo delante de aquellos a quienes explotan sin miedo a sufrir odio o atentados, puesto que han sabido vender muy bien una idea: se han hecho a sí mismos, merecen todo lo que tienen, y el resto no puede hacer más que admirarlos y querer llegar a ser como ellos. ¿Cómo han llegado a este punto? Pues a base de pequeños trucos, como por ejemplo crear ocupaciones o trabajos de acceso restringido, difícil o directamente sospechoso y que supuestamente requieren una preparación y unas cualidades poco menos que de superhéroes.

Dejando de lado a artistas de medio pelo y personajes del corazón, que también forman parte de esta casta, vamos a centrarnos en aquellos que conforman lo que se denomina la clase corporativa global, que en muchos casos supera tanto en poder como en dinero a la tradicional clase alta, aunque lo habitual es que se mezcle con ella. Nunca sabremos 
realmente lo que hacen estas personas en sus ocupaciones, son actividades secretas como las de las antiguas castas sacerdotales del Antiguo Egipto o de las civilizaciones mesopotámicas, o como las actividades mágicas del chamán. Reconozcámoslo: Nadie sabe qué hace un miembro de un Consejo de Administración de una empresa o un consejero delegado de determinado departamento. Sí claro, nos dicen que toman decisiones dificilísimas y que por eso cobran tanto, pero el hecho es que muchas veces toman malas decisiones, se saltan las leyes, hacen perder dinero a millones de personas y aún así siguen siendo recompensados. Así que deberíamos reírnos menos de las creencias e idolatrías de civilizaciones pasadas. Al menos, en la mayoría de ellas los poderosos perdían su poder si sus decisiones conducían a su pueblo al sufrimiento, así que a cobardes, estúpidos e irracionales no nos gana nadie, y si no estudiemos un poco de Historia para comprobarlo.

Llegamos pues al punto del que partíamos: no es que muchas veces estas personas se equivoquen con sus decisiones, sino que son más las veces que abusan de su poder, cometen tropelías legales y llevan su avaricia al punto del ridículo, arriesgándose hasta límites insospechados porque están borrachos de poder, porque llegan a un punto que se creen intocables, semidioses.

Como ejemplo tenemos al señor Urdangarín, que debiendo estar aburrido de tener todo lo que quisiese sin ningún esfuerzo decidió probar a conseguir más por medio de actividades fraudulentas ¿avaricia o el morbo por lo prohibido? Por otro lado tenemos decenas de casos de políticos y altos cargos acusados de abusos sexuales, intentos de violaciones y muchas otras cosas que jamás saldrán a la luz ¿adictos al sexo? ¿o más bien adictos a abusar de su poder? Están acostumbrados a tomar todo lo que desean, lo que les da morbo es su poder y desgraciadamente, la mayor parte las veces cualquiera se rinde a sus antojos, ya sea por miedo o por un fajo de billetes que les supone el sueldo de varios meses.

Pero de vez en cuando, estos personajes se topan con un técnico de hacienda al que intentan sobornar, con una adolescente que trabaja de azafata en un congreso a la que desean "seducir", o con cualquier persona trabajadora que ante tal dilema tiene la dignidad y el valor suficiente para decir: Mi honradez y mi dignidad no la compras ni con tu poder ni con tu dinero. Y ahí es donde se les rompe la cuerda...

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