lunes, 16 de abril de 2012

La venganza contra la chusma


 Hay quienes dicen que todo lo que ocurre hoy en Europa no obedece a ningún plan sino que es producto de un “mal gobierno”, de la reducción del problema a que nuestros gobernantes son estúpidos. O también hay quien dice que todo es cuestión de una sucesión azarosa de los acontecimientos.

Pues bien, quien afirma estas cosas no tiene ni puta idea de nada.

Las clases altas, la oligarquía, los ricos –llámense como se prefiera- lo tienen más claro que nadie y quienes hayan conocido a algunos de ellos personalmente lo habrán podido comprobar: nos odian. Sienten un desprecio histórico a las clases populares, los trabajadores, los de abajo, la gente corriente –denomínese al gusto- sólo comparable a su codicia. Ya desde hace siglos han tenido claro quién era su igual y quien era “la chusma”  a la que despreciaban como menos que un ser humano. Pero a partir del siglo XIX y las primeras conquistas sociales fue cuando convirtieron su desprecio en odio. No pudieron soportar que la chusma se organizara y les tratara de meter en cintura. Se enfadaron tanto que  cuando su policía y sus pistoleros no fueron suficientes para controlar a los obreros, alimentaron el fascismo para eliminarlos físicamente de una vez por todas. En algunos sitios, como en España, lo consiguieron: a los que no mataron, los encerraron y los que quedaron huyeron del país. Lo malo para ellos es que en el resto de Europa las clases populares ganaron, destruyeron al fascismo. La bandera roja ondeó sobre las ruinas de Berlín y Mussolini fue linchado por los pobres, los obreros, los partisanos armados.

En casi toda Europa la chusma organizada en partidos y sindicatos impuso a los ricos un orden social más justo que los puso firmes, o directamente en los países socialistas desaparecieron. Siguieron odiándonos, pero en secreto. Tuvieron que callar y aguantar las condiciones que los trabajadores les pusieron. Tampoco es que en Europa occidental se les colgara del palo mayor como se merecían, sino que tuvieron que conformarse con ganar diez veces más que un trabajador en vez de cien veces más. No pudieron tener ocho coches, cuatro mansiones y dos yates, sino tan solo cinco coches, dos mansiones y una embarcación de recreo. Pero estaban furiosos. ¿Quién se habían creído esa chusma que eran? 

Maduraron su venganza y contraataque lentamente, poco a poco, cooptando a los partidos socialdemócratas, fomentando burocracias sindicales y sobre todo sembrando su visión del mundo apoderándose de todos los medios de comunicación y difusión. Poco a poco se cepillaron leyes que les impedían especular, destruyeron industrias y se las llevaron a países donde la chusma no estaba organizada y no se rebelaba. Poco a poco destruyeron desde su raíz no sólo las organizaciones de trabajadores sino a los trabajadores como clase, reduciéndolos a siervos. Lo que diferencia un siervo de un obrero es que este último tiene un papel protagonista en la producción y en la creación de riqueza; si le quitas eso, ya no tiene armas para luchar contra el Amo.

Hoy los ricos están en plena carga de caballería contra la chusma y están poniendo orden en Europa; están devolviendo las cosas a donde ellos piensan que siempre debieron estar, a antes de Marx y Bakunin, a antes de los sindicatos: a la edad media.

El orden económico de hoy es tan absurdo e injustificable que sólo se explica así: los ricos han tenido que prender fuego Europa para quitarle el poder a los trabajadores. Les ha costado setenta años pero les ha merecido la pena. 

¿Que vamos a hacer, chusma? ¿Seguimos riéndoles las gracias? 


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